Por: Redacción.
María, portadora de la alegría
El Evangelio de hoy nos presenta una escena profundamente humana y espiritual: María, que ha recibido el anuncio del Ángel, parte "sin demora" hacia la casa de su prima Isabel. Esta prisa no es simple rapidez, es el movimiento del amor que busca compartir el don recibido. María lleva consigo a Cristo, y apenas Isabel escucha su saludo, el niño en su seno —Juan el Bautista— salta de alegría.

En esta fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, podemos ver un paralelismo claro: María, al aparecerse a San Juan Diego en el Tepeyac, también viene con prisa a visitarnos. Nos trae la alegría del Evangelio y el consuelo de su Hijo, recordándonos que no estamos solos en nuestras penas y luchas. Como en casa de Isabel, María nos saluda con ternura y despierta en nosotros una nueva esperanza.
La fe que transforma la pequeñez
Isabel proclama una verdad esencial: "¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!". María es modelo de fe, no porque todo fuera fácil, sino porque supo confiar, incluso en medio de su pequeñez y humildad. Ella misma lo reconoce en el Magníficat: "Él miró con bondad la pequeñez de su servidora".
Nuestra Señora de Guadalupe se presenta como una madre humilde, como una mestiza que habla con cariño a Juan Diego y le llama “hijo mío, el más pequeño”. Este gesto nos recuerda que Dios elige lo pequeño y lo humilde para realizar grandes obras. En nuestras vidas, también estamos llamados a creer que Dios puede transformar nuestra fragilidad en fortaleza y nuestra pequeñez en instrumento de su gracia.
María, misionera del amor
María no se queda con el don recibido; se convierte en misionera. Va al encuentro de Isabel para servirla y compartir la buena noticia. De igual manera, la Virgen de Guadalupe no se queda indiferente ante los sufrimientos de su pueblo, sino que se aparece en el Tepeyac para consolar, sanar y llevarnos a su Hijo.
Hoy, como hijos de la Virgen de Guadalupe, estamos llamados a imitar su ejemplo: ser portadores de Cristo en nuestras familias y comunidades. ¿Quién necesita de nuestra visita, de nuestro servicio, de una palabra que lleve esperanza?
El canto de la gratitud
Finalmente, María responde con el Magníficat, un canto de gratitud y alabanza que proclama la grandeza de Dios. Nuestra Señora de Guadalupe también nos enseña a alabar a Dios por sus maravillas: su aparición fue un canto de amor que unió a un pueblo dividido, levantó a los humildes y renovó la fe.
En este tiempo, en el que quizás enfrentamos desafíos personales o comunitarios, María nos invita a mirar con gratitud las obras de Dios y a cantar con ella: "Mi alma canta la grandeza del Señor".
Queridos hermanos, así como María llevó a Cristo a Isabel, así como vino al Tepeyac para encontrarse con nosotros, ella sigue acompañándonos hoy. Dejemos que su presencia nos llene de alegría, que su ejemplo nos inspire a creer, y que su misión nos mueva a llevar el amor de Dios a todos los rincones.
Pidámosle con confianza: "Madre del verdadero Dios por quien se vive, ruega por nosotros para que seamos fieles discípulos de tu Hijo y anunciadores de su paz y justicia. Amén."
Commentaires