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Primer Día de Visita Pastoral en la Parroquia de la Purísima

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 25 jul
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 26 jul

Por: Lizeth Álvarez.


El 24 de julio de 2025, el Obispo de Iztapalapa, Monseñor Jorge Cuapio Bautista, realizó el Primer Día de Visita Pastoral a la Parroquia La Purísima, ubicada en la colonia Leyes de Reforma 1ra Sección, en el territorio del Segundo Decanato. A su llegada, fue recibido por el presbítero Eulalio Alejo Gómez Vallejo y por la comunidad que, con entusiasmo y fe, lo acogió como pastor y guía espiritual.

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La jornada comenzó con la Exposición del Santísimo Sacramento, donde los fieles participaron en un momento de adoración eucarística, entonando alabanzas y elevando plegarias en comunidad. Este gesto marcó el inicio de un encuentro centrado en la escucha, la oración y la renovación espiritual.

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Posteriormente, se celebró la Santa Misa, presidida por Monseñor Cuapio. En su homilía, el Obispo abordó con claridad y profundidad los desafíos de la vida cristiana, invitando a los presentes a una conversión sincera. Con voz firme expresó:

“Nosotros somos el problema, no queremos oír, ni ver, ni escuchar, ni queremos comprender con el corazón”.

Con esta afirmación, el Obispo señaló la necesidad de asumir una actitud de humildad frente a Dios, reconociendo que muchas veces somos nosotros mismos quienes cerramos las puertas a la gracia. No se trata de culpar al entorno, sino de mirar hacia dentro y abrir el corazón a la conversión.

Continuó con una invitación directa a la reflexión personal:

“La pregunta que debemos hacernos es: ¿quiero que Jesús me salve o quiero seguir ahí, en el mismo lugar, sin salvación?”

Esta pregunta interpela al creyente a tomar una decisión radical: dejarse alcanzar por el amor salvador de Cristo o permanecer estancado en la indiferencia espiritual. Es una llamada a salir del conformismo y caminar hacia una vida plena en Dios.

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Tras la celebración eucarística, Monseñor Cuapio se reunió con diversos grupos parroquiales: familias, niños monaguillos, catequistas, ministros extraordinarios, integrantes de los grupos litúrgicos, del Grupo de la Santísima Trinidad y del Grupo de Oración del Divino Niño Jesús. A cada uno dirigió palabras cercanas y profundamente pastorales.

A los niños les recordó su valor en la comunidad con una expresión cargada de ternura:

“Los niños también son nuestros hermanitos, y los hermanos no se maltratan, se sirven, se buscan, se quieren”.

Aquí subrayó la importancia de una cultura del cuidado y la fraternidad, en la que los más pequeños sean respetados y amados como miembros plenos del Cuerpo de Cristo.

“Cada uno es responsable de la vida de nuestros hermanos”.

Esta frase alude al principio cristiano de la corresponsabilidad. No somos islas. Cada vida tiene impacto en la de los demás, especialmente en la familia y en la comunidad.

“Los hermanos deben platicar para ser más empáticos y saber qué tienen; abramos nuestro corazón a ellos”.

El Obispo puso énfasis en el diálogo como herramienta de comunión. Escuchar al otro con empatía nos permite construir relaciones más humanas y solidarias, especialmente dentro del hogar.

“Dejemos que Dios nos hable; a veces tenemos tantos sabios, guiándonos por teorías humanas, y cerramos los oídos a Dios”.

Con esta crítica a la autosuficiencia moderna, Monseñor Cuapio alentó a volver a la Palabra de Dios como fuente de sabiduría auténtica, por encima de los discursos del mundo que muchas veces alejan del Evangelio.

“Hijos, escuchen a sus padres; padres, escuchen a sus hijos”.

Aquí destacó la necesidad de recuperar la escucha mutua en las familias. La comunicación intergeneracional fortalece los lazos y favorece el crecimiento afectivo y espiritual.

“El tiempo de la Iglesia es el diálogo”.

Con esta afirmación, hizo eco del llamado del Papa Francisco a una Iglesia sinodal, que camina en diálogo constante con sus hijos, con la historia y con el mundo.

“En la familia debe circular el amor; si no hay amor, no hay familia”.

El amor fue puesto en el centro como el principio constitutivo de la vida familiar. Sin amor auténtico, no hay comunión ni sentido de pertenencia.

“Debemos vivir en comunión y amor”.

Esta frase refuerza el llamado a ser comunidad, no solo en lo espiritual, sino también en lo cotidiano, cultivando la unidad en la diversidad.

“El amor es tan extraordinario, que aparece de repente e invade todo de ti”.

El Obispo evocó la experiencia del amor como un don sorpresivo y transformador, capaz de dar sentido y dirección a la vida humana.

“Cuando un hombre y una mujer se enamoran, prenden una chispa, para convertirse en una hoguera”.

Con un lenguaje poético, aludió al amor conyugal como un proceso que comienza con el encuentro y que puede crecer hasta convertirse en una entrega total.

“El verdadero amor exige ser para siempre; si no se cuida, también se apaga”.

Aquí invitó a la perseverancia y al compromiso en el amor, recordando que amar también implica esfuerzo, constancia y responsabilidad.

“El ambiente donde nos santificamos es la casa”.

La vida cotidiana, especialmente en el hogar, fue resaltada como espacio privilegiado para la santificación personal y comunitaria.

“Nuestra casa es el ambiente donde se está preparando el futuro”.

Con esta frase, subrayó que en el hogar se forjan las próximas generaciones, se educa en valores y se construye el tejido de la sociedad.

“Lo bueno y lo malo para la sociedad y la Iglesia se prepara en el hogar; pongamos atención a la educación y valores que enseñamos a los hijos”.

Un llamado claro a los padres de familia a tomar conciencia de su rol formador. El hogar es la primera escuela de humanidad y de fe.

“No debemos negar la palabra a los niños; siéntense con ellos, regalen su sabiduría y abran su corazón para escucharlos”.

Monseñor invitó a redescubrir el valor del diálogo con los más pequeños, quienes también tienen mucho que ofrecer desde su inocencia y su mirada limpia.

“Vengo a invitarlos a que le demos un regalo a Dios, viendo por nuestro hogar y por la sociedad”.

El Obispo culminó su mensaje con una exhortación a vivir la vocación familiar como una ofrenda a Dios y como contribución al bien común.

“Los adultos deben quitarse la soberbia del 'yo sé más' y aprender a escuchar a los más jóvenes, ellos también aportan sabiduría”.

Finalmente, subrayó el valor de la escucha intergeneracional. La sabiduría no solo reside en los mayores; los jóvenes también tienen mucho que enseñar.

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La jornada concluyó con una cena comunitaria, en un ambiente fraterno y de diálogo. Esta visita significó un momento de gracia para la comunidad parroquial, fortaleciendo los lazos entre los fieles y su pastor, e impulsando una renovación en el compromiso de vivir la fe en familia y en comunidad.

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