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Comentario al Evangelio del IV Domingo de Cuaresma

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 30 mar
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción.


Queridos hermanos y hermanas, en este IV Domingo de Cuaresma, conocido como el Domingo de la Alegría (Laetare), la Iglesia nos invita a hacer una pausa en nuestro camino penitencial para vislumbrar la alegría de la Pascua que se acerca. Hoy, la Palabra de Dios nos habla de reconciliación, de regreso a casa y del gozo inmenso del Padre que nos espera con los brazos abiertos.



Un Dios que quita el oprobio y nos introduce en la Tierra Prometida

La primera lectura, del libro de Josué, nos muestra a los israelitas en un momento crucial: han salido de Egipto, han cruzado el desierto y ahora celebran la Pascua antes de entrar en la Tierra Prometida. Dios les dice: “Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto” (Jos 5,9).


Este pasaje es una imagen de lo que Dios quiere hacer en nuestra vida: quitarnos el peso del pecado, liberarnos de nuestras esclavitudes y llevarnos a una vida nueva. ¿Cuántos de nosotros estamos todavía en el "Egipto" de nuestras culpas, miedos y heridas? Dios nos invita a dejar atrás el pasado y a caminar hacia su promesa.


La reconciliación: el corazón del mensaje cristiano

San Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda que “el que vive según Cristo es una creatura nueva” (2 Cor 5,17). Dios no nos condena, sino que nos reconcilia consigo a través de Cristo.


La Cuaresma es tiempo de conversión, de reconocer que necesitamos ser renovados por el amor de Dios. No se trata solo de "portarnos mejor", sino de dejarnos transformar. Pablo nos dice: “En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”. Es Dios quien da el primer paso. Él nos espera siempre, con un amor incondicional.


El Padre que nunca deja de esperar

El Evangelio de hoy nos presenta una de las parábolas más conmovedoras: el hijo pródigo. Es la historia de todos nosotros, de nuestra tendencia a alejarnos de Dios y de la infinita misericordia con la que Él nos recibe de vuelta.


  • El hijo menor: la miseria del pecado

    Este joven exige su herencia, abandona la casa del padre y se va lejos. Quiere ser libre, pero termina esclavo. Lo que parecía felicidad se convierte en hambre y soledad. Es la imagen de quien busca la felicidad lejos de Dios, pero descubre que sin Él solo hay vacío.

  • El regreso: el camino de la conversión

    Cuando el hijo toca fondo, recuerda la casa del padre. Se da cuenta de que allí hay amor, dignidad y pan en abundancia. Decide volver, pero con miedo, pues cree que su pecado lo ha descalificado como hijo. Aquí vemos lo esencial de la Cuaresma: el volver a casa, reconocer nuestra necesidad de Dios y confiar en su misericordia.

  • El Padre: alegría y fiesta por cada hijo que regresa

    Lo más hermoso de esta parábola es la imagen del padre que, en lugar de castigar, corre a abrazar a su hijo. “Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente” (Lc 15,20). Dios nos ve desde lejos porque nos espera siempre. No le interesa nuestro pasado, sino nuestro regreso. Nos viste con la túnica de la dignidad, nos pone el anillo de su amor y celebra porque hemos vuelto a la vida. ¡Este es el verdadero motivo de la alegría de hoy!


El hermano mayor: el peligro de un corazón cerrado

El hijo mayor, en cambio, no comprende la misericordia del padre. Se queda fuera de la fiesta porque cree que la justicia debe prevalecer sobre el perdón. ¡Cuántas veces nosotros, como cristianos, podemos caer en esta actitud! Juzgamos a los demás, creemos que merecemos más, nos cuesta alegrarnos por la conversión de los otros.

Pero el padre también sale a buscarlo. Dios nos invita a entrar en la lógica del amor, donde lo importante no es lo que hemos hecho, sino lo que Dios hace por nosotros.


Alegría en la reconciliación

Hoy, en este Domingo de la Alegría, la Iglesia nos recuerda que Dios no se cansa de esperar, de perdonar y de celebrar cuando volvemos a Él. La Cuaresma no es solo penitencia, sino preparación para la gran fiesta de la Pascua, donde Cristo nos reconcilia plenamente con el Padre.


Dejémonos abrazar por la misericordia de Dios, reconciliémonos con Él y con nuestros hermanos. Y que en esta Eucaristía, sintamos la alegría de saber que somos hijos amados, que estábamos perdidos y hemos sido encontrados.

Amén.

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