Por: Redacción.
El evangelio de hoy nos presenta la historia de Bartimeo, un hombre ciego que, a pesar de su limitación, encuentra la fe y la valentía para clamar a Jesús. En este pasaje, descubrimos una enseñanza profunda sobre nuestra responsabilidad de escuchar y responder al clamor de quienes nos rodean.
El grito de los olvidados.
Bartimeo es un ciego que sobrevive pidiendo limosna, una persona que está al margen, literalmente “sentado al borde del camino.” Su grito nos recuerda el de tantas personas que sufren la pobreza, la soledad o la exclusión. Muchas veces, como la multitud en el Evangelio, tratamos de silenciar esos gritos o evitarlos. Pero el llamado de Jesús es claro: debemos escuchar esos gritos, porque en ellos se esconde una necesidad y un anhelo de ser vistos y amados.
La insistencia de la fe.
A pesar de las reprimendas, Bartimeo no se rinde y sigue gritando más fuerte. Esta es una lección sobre la fe perseverante. Bartimeo, aunque ciego, ve en Jesús la posibilidad de una nueva vida. También nosotros, como Bartimeo, estamos llamados a clamar a Dios sin desanimarnos, a creer firmemente en su poder y en su amor, incluso cuando las circunstancias nos quieran hacer dudar.
La respuesta de Jesús: atención y escucha.
Jesús se detiene y pide que llamen a Bartimeo. Este gesto de detenerse ante el clamor del necesitado revela el corazón compasivo de Dios, que no ignora nuestras súplicas. Jesús nos enseña a hacer lo mismo, a detenernos, a llamar y acercarnos a aquellos que necesitan nuestro apoyo, no solo con palabras, sino con presencia y atención.
“¿Qué quieres que haga por ti?”.
Jesús, que conoce todas las cosas, pregunta a Bartimeo qué quiere. Esto nos enseña la importancia de dar espacio a los demás para expresar sus necesidades, respetando su dignidad y escuchando sin asumir. Así, también nosotros estamos llamados a preguntar a los demás cómo podemos ayudarlos, con un corazón abierto y dispuesto a servir.
La fe que salva.
Cuando Bartimeo responde “Maestro, que pueda ver,” recibe la sanación que anhelaba, y más que recuperar la vista física, se convierte en un seguidor de Cristo. Esta es la recompensa de la fe: quien clama a Dios, quien persevera y confía en Él, siempre encontrará respuesta. La fe verdadera, como la de Bartimeo, es aquella que nos abre a una vida nueva, aquella que nos mueve a seguirz a Jesús por el camino.
Un llamado a escuchar
El Evangelio de hoy nos llama a escuchar los gritos de quienes nos rodean, a detenernos, a ofrecer una mano y a preguntar cómo podemos ayudar. Que cada uno de nosotros, como Bartimeo, clame con fe, confiando en que el Señor escucha nuestras súplicas y, al responder, transforma nuestras vidas.
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