Comentario al Evangelio en la Dedicación de la Basílica de Letrán
- Diócesis de Iztapalapa

- 8 nov
- 3 Min. de lectura
Por: Redacción.
Queridos hermanos y hermanas, hoy la liturgia nos invita a detenernos en una celebración muy especial: la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa y “madre de todas las iglesias”. Este día nos hace mirar hacia nuestros orígenes cristianos, hacia aquella comunidad primitiva que aprendió a reconocer en Cristo el nuevo templo, el lugar donde Dios habita verdaderamente entre nosotros.

En este Año Jubilar de la Esperanza, mirar esta celebración no es solo recordar la historia de un edificio sagrado, sino redescubrir lo que significa ser Iglesia: piedras vivas del templo de Dios, edificadas sobre el único cimiento que es Jesucristo.
La Basílica de San Juan de Letrán: símbolo de unidad y comunión
La Basílica de San Juan de Letrán fue erigida en el año 320 por el emperador Constantino. Es la catedral de Roma y la sede del obispo de esa diócesis, que es el Papa. Allí está su cátedra, signo de autoridad, de magisterio y de comunión universal. Por eso, aunque el Papa resida hoy en el Vaticano, su cátedra sigue siendo la de Letrán, desde donde enseña como pastor y maestro de toda la Iglesia.
Celebrar su dedicación es afirmar nuestra comunión con Pedro y con sus sucesores, reconociendo que la Iglesia no se fundamenta en estructuras humanas, sino en una roca viva: Cristo, que quiso sostener su Iglesia a través del ministerio apostólico.
El agua viva que brota del templo (Ez 47, 1-12)
El profeta Ezequiel nos presenta una visión hermosa: del templo mana un río de agua viva que da vida donde quiera que llega. Todo lo que toca este río florece, los frutos no se acaban y las hojas son medicinales.
Este río simboliza la vida de Dios que fluye hacia el mundo, su gracia que sana, renueva y fecunda. En este Año Jubilar, esa agua es la esperanza: una corriente que purifica el desaliento, sana las heridas y devuelve la vida a lo que parecía seco.
Cada uno de nosotros, al ser parte del templo de Dios, estamos llamados a dejar que esa agua corra a través nuestro, que la esperanza se transforme en consuelo, alegría y caridad para los demás.
Cristo, el nuevo templo (Jn 2, 13-22)
El Evangelio nos muestra a Jesús purificando el templo de Jerusalén. No lo hace por enojo, sino por amor: “El celo de tu casa me devora.” Jesús no soporta que la casa de su Padre se convierta en un mercado. Y ante la pregunta de los judíos, responde con un misterio:
“Destruid este templo y en tres días lo levantaré.”
Él hablaba del templo de su cuerpo. Con su muerte y resurrección, Jesús se convierte en el nuevo templo, el lugar donde el cielo y la tierra se encuentran. Ya no necesitamos buscar a Dios en un edificio de piedra, porque Él habita entre nosotros y dentro de nosotros.
Por eso, esta fiesta no se trata solo de un templo de Roma, sino de reconocer que Cristo resucitado es el templo vivo, y que nosotros, por el bautismo, formamos parte de Él.
“Sois templo de Dios” (1 Cor 3, 9-17)
San Pablo nos recuerda que somos el edificio de Dios, y que nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto: Jesucristo. Nos invita a cuidar el templo del Espíritu, porque “el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros”.
Cada cristiano, cada comunidad, cada familia, es una pequeña basílica de Letrán, un espacio donde Dios quiere habitar. Pero para que Él permanezca, debemos cuidar el templo interior, limpiarlo de todo lo que contamina el amor, como Jesús limpió el templo de Jerusalén.
Renovar la esperanza desde el templo del corazón
Queridos hermanos, en este Año Jubilar de la Esperanza, la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán nos invita a volver al templo interior, a esa morada de Dios en nosotros.
El Jubileo no es solo una celebración, sino una renovación espiritual: dejar que Cristo purifique nuestro corazón para que vuelva a ser casa de oración, fuente de vida y signo de esperanza.
Pidamos al Señor que, así como de aquel templo brotaba agua viva, de nuestro corazón brote esperanza, misericordia y fe para un mundo sediento de Dios.





Comentarios