Comentario al Evangelio del XXX Domingo Ordinario- “La oración que Dios sí escucha”
- Diócesis de Iztapalapa

- 25 oct
- 2 Min. de lectura
Hermanos, el Evangelio de este XXX Domingo Ordinario nos coloca frente a un espejo. Suben dos hombres al templo a orar… pero sólo uno baja justificado. Ambos rezan, ambos están en el lugar “correcto”, ambos dirigen palabras a Dios. La diferencia no está en el templo, sino en el corazón. Hoy Jesús desnuda el alma de quien reza para verse a sí mismo y la de quien reza para encontrarse con Dios.

La trampa del “yo” religioso
El fariseo no habla con Dios… habla de sí mismo delante de Dios. Su oración es un currículum espiritual: “ayuno… cumplo… no soy como…” Es la religión como espejo: yo al centro. La soberbia espiritual es la más peligrosa porque no nos hace sentir pecadores… nos hace sentir mejores.
La grieta por donde entra la gracia: la humildad
El publicano no tiene argumentos ni méritos; no se defiende, no se compara, no señala a nadie. Sólo abre una herida ante Dios: “Ten piedad de mí, que soy un pecador”. Y Jesús sentencia: ese bajó justificado. Dios no salva perfecciones fingidas, sino corazones quebrados.
Esto responde a la Sabiduría de la primera lectura:
“La oración del humilde atraviesa las nubes”.
Dios no se deja impresionar por apariencias externas, pero sí se deja conmover por la verdad desnuda.
San Pablo: del fariseísmo al abandono confiado
Pablo, fariseo convertido, sabe de qué habla. Mira su vida y no presume victoria propia:
“El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas”.
Confiesa lucha, abandono, peligro… pero siempre añade: “El Señor”. Su mérito está en haber perseverado en la fe, no en haber sido impecable. Por eso espera no una paga por logros, sino la corona prometida a los que aman la venida del Señor.
Dios como “juez justo” no como “juez frío”
Tanto la primera lectura como Pablo llaman al Señor “juez”; pero no un juez frío de expediente, sino uno que escucha al huérfano, a la viuda, al débil, al que nadie defiende. Dios es juez del mérito, sí… pero juzga desde las lágrimas, no desde el pedestal.
Orar con verdad para vivir en gracia
Hoy Jesús nos enseña cómo bajar justificados de nuestra oración cotidiana:No quien acumula argumentos, sino quien se deja mirar con verdad. No quien se exalta por lo que hace, sino quien se entrega por lo que es.
Hoy el Evangelio nos invita a purificar tres cosas:
Nuestra oración — que deje de ser autopromoción moral
Nuestra mirada sobre los demás — sin desprecio, sin comparación
Nuestra confianza — no en nuestras obras, sino en la misericordia
Que al terminar cada día podamos decir, como el publicano:
“Señor, ten piedad de mí”…y como Pablo:“El Señor estuvo a mi lado”.
Así, entonces sí, bajaremos de cada oración, justificados por la gracia. Amén.





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