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Comentario al Evangelio del XXVI Domingo Ordinario

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 27 sept
  • 2 Min. de lectura

Por: Redacción.


En este XXVI Domingo Ordinario, la Palabra de Dios nos presenta un fuerte contraste: el hombre rico que se viste de lujo y banquetea cada día, y el pobre Lázaro que yace cubierto de llagas, olvidado a la puerta. Esta parábola, junto con la denuncia del profeta Amós y la exhortación de san Pablo a Timoteo, nos invita a reflexionar sobre cómo vivimos nuestras riquezas, materiales y espirituales, y cómo tratamos a quienes más nos necesitan.

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La indiferencia que ciega el corazón

El rico no es condenado por ser rico, sino por su indiferencia. Lázaro estaba ahí, a su puerta, visible, pero invisible para él. Amós lo expresa con claridad: “se atiborran de vino… pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos” (Am 6,1.4-7). El verdadero pecado es cerrar los ojos al hermano necesitado, vivir como si no existiera, encerrar el corazón en la comodidad propia.


La justicia de Dios que pone a cada uno en su lugar

Después de la muerte, las cosas cambian radicalmente: Lázaro es consolado, el rico sufre tormentos. Es el mismo Dios quien hace justicia. El Evangelio nos recuerda que lo que hoy parece triunfo, mañana puede ser vacío, y lo que hoy parece fracaso, mañana será gloria.Aquí comprendemos la enseñanza del Papa Benedicto XVI: quien es olvidado por los hombres, es recordado por Dios. Lázaro significa “Dios ayuda”, y es el signo de que, al final, el Señor no abandona a sus pequeños.


No basta escuchar: hay que convertirse hoy

El rico, desde su tormento, pide que Lázaro vaya a advertir a sus hermanos. Pero la respuesta de Abraham es contundente: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. Es decir, ya tenemos la Palabra de Dios que nos enseña a vivir en justicia y misericordia. No hacen falta milagros extraordinarios: lo que falta es abrir el corazón y dejarnos transformar.San Pablo lo resume invitando a Timoteo a vivir en rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre (1 Tim 6,11-16). La verdadera riqueza es esta vida en Cristo que nos prepara para la eternidad.


El abismo que no queremos cruzar

El Evangelio nos habla de un “abismo inmenso” que separa al rico de Lázaro después de la muerte. Ese abismo no se creó en el más allá, sino en esta vida, cuando el rico no quiso tender un puente hacia su hermano. Cada vez que ignoramos al necesitado, ensanchamos un abismo. Cada vez que nos acercamos al pobre, lo reducimos.

Conclusión: Hoy es el tiempo de abrir los ojos


Hermanos, la parábola de hoy no busca asustarnos, sino despertarnos. Dios nos advierte que la salvación no depende del lujo ni del éxito, sino de la capacidad de amar y compartir. Lázaro está en la puerta de cada uno: en el pobre que pide ayuda, en el enfermo que necesita compañía, en el hermano que sufre en silencio.Hoy todavía estamos a tiempo de escuchar a los profetas, de vivir la fe con rectitud, y de ser signo de esperanza para los olvidados. Que el Señor nos conceda un corazón sensible, capaz de reconocer a Lázaro en nuestro camino, para que un día podamos gozar, junto a él, del consuelo eterno en el seno de Abraham.

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