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Comentario al Evangelio del Domingo de Ramos

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • hace 5 días
  • 4 Min. de lectura

Por: Redacción.


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos la Semana Santa, y lo hacemos con un signo que a muchos nos llena de alegría: la procesión con los ramos. Aclamamos a Jesús como Rey, como lo hizo aquel pueblo en Jerusalén. Pero la liturgia de hoy nos lleva más allá del entusiasmo inicial: nos introduce en la Pasión del Señor.



Es un día de contrastes. Pasamos del gozo de la entrada triunfal al drama del Calvario. Lo hacemos no para entristecernos, sino para acompañar a Cristo en el misterio de su amor redentor, un amor que se entrega hasta el final.


San Lucas nos presenta a un Jesús misericordioso y sereno, incluso en medio del abandono, del juicio injusto, de la burla, del dolor. Es el Cristo paciente, que perdona desde la cruz, que se entrega por amor y que nos invita a seguirlo no solo con cantos, sino con la vida.


“Cuánto he deseado celebrar esta Pascua” – El amor hasta el extremo

Jesús inicia su Pasión con una confesión íntima y profunda: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer”. No es una simple cena; es la expresión más alta de su amor. En la Última Cena, nos entrega dos regalos eternos: la Eucaristía y el sacerdocio. Allí se parte el Pan, se derrama el Vino, y se parte el Corazón de Dios por nosotros.


Hermanos, ¿cuánto deseo yo a Jesús? ¿Qué tanto anhelo estar con Él en la mesa de la Eucaristía? La Cuaresma nos invita a renovar ese deseo, a volver al amor primero.


“El que sirve” – La lógica del Reino

Mientras los discípulos discuten quién es el más importante, Jesús les da una lección divina: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve”. El Mesías no se impone con poder, sino con humildad. Él es Rey, pero su trono es la cruz; es Señor, pero se ciñe la toalla para lavar pies.


Hoy, como Iglesia, también estamos llamados a vivir desde el servicio. No se trata de buscar puestos, sino de lavar pies. El verdadero liderazgo cristiano se mide en la cruz, no en los aplausos.


“He orado por ti, para que tu fe no desfallezca” – La mirada que restaura

Pedro niega a Jesús tres veces. El canto del gallo resuena como martillo en su conciencia. Pero lo que lo derrumba no es la culpa, sino la mirada de Jesús. Una mirada que no condena, sino que transforma.


Jesús también nos mira así cuando caemos: no con desprecio, sino con ternura. Nos recuerda que somos más grandes que nuestro pecado. Hoy, Él nos dice: “Yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca”.


“Padre, que no se haga mi voluntad” – El drama del Getsemaní

Jesús vive su hora más oscura en el Huerto. Suda sangre, sufre la angustia de la soledad y el abandono. Pero aun así, se entrega a la voluntad del Padre. No es una resignación pasiva, es un acto de amor confiado.


¿Cuántas veces queremos huir del sufrimiento? Y es válido. Pero la fe no consiste en no sufrir, sino en amar incluso en medio del dolor, como lo hizo Cristo.


“Padre, perdónalos” – El triunfo del amor en la cruz

Crucificado, insultado, abandonado… Jesús no lanza maldiciones, sino misericordia: “Padre, perdónalos”. Esta es la cumbre del Evangelio. No hay gesto más grande que el perdón.


Hoy, el mundo necesita testigos del perdón. El que perdona, vence. El que ama al enemigo, se parece a Dios. Jesús no bajó de la cruz para salvarse; se quedó en la cruz para salvarnos a todos.


“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” – La esperanza para los últimos

El buen ladrón es el primer santo canonizado por Jesús: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Bastó un acto de fe, una súplica sencilla y humilde: “Acuérdate de mí”.


Nadie está demasiado lejos de la misericordia de Dios. Ni tú, ni yo, ni el más pecador. En la cruz de Cristo, todo se puede redimir. Hoy también a ti y a mí, el Señor nos dice: “Tú también puedes estar conmigo en el Paraíso”.


“En tus manos encomiendo mi espíritu” – La última entrega

Jesús muere como vivió: confiando. Su último suspiro es una oración: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. No muere gritando de odio, sino amando hasta el final.

Este debe ser también nuestro deseo: morir con Cristo en el corazón, para vivir con Él en la eternidad. Morir a nuestro egoísmo, a nuestra soberbia, a nuestra indiferencia. Así, resucitaremos con Él.


La cruz no es el final

Queridos hermanos, la Pasión no es el final de la historia, pero sí el centro. Desde la cruz nace la Iglesia. Desde la sangre derramada, nace la vida nueva. Cuaresma es el camino hacia la Pascua, pero no podemos pasar por alto la cruz, porque es allí donde se revela el amor más grande.


En este Domingo de Ramos, contemplemos a Cristo crucificado, y digámosle con todo el corazón: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”.

Y Él, sin duda, responderá: “Hoy estarás conmigo…”

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