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Foto del escritorDiócesis de Iztapalapa

Comentario al Evangelio del II Domingo de Adviento.

Por Redacción.


Un contexto lleno de poder humano.

El Evangelio comienza situándonos en un momento histórico muy concreto: se mencionan al emperador Tiberio, a los gobernantes locales como Herodes y Pilato, y a los sumos sacerdotes Anás y Caifás. Esto nos recuerda que la Palabra de Dios no llega en el vacío, sino en medio de una realidad humana llena de poder, autoridad y estructuras. Sin embargo, lo sorprendente es que la voz de Dios no se dirige a esos poderosos, sino que se manifiesta en el desierto, a través de Juan, un hombre humilde. Dios no necesita grandezas humanas para hacer su obra; escoge lo sencillo, lo humilde, lo dispuesto.



Una llamada desde el desierto

El desierto en la Biblia es un lugar de encuentro con Dios, pero también de purificación y preparación. Juan Bautista aparece como una voz que resuena en ese silencio, invitándonos a dejar el ruido de nuestras vidas para escuchar lo esencial. El desierto simboliza ese espacio interior donde podemos quitarnos las máscaras y reconocer nuestras carencias. ¿Cuánto necesitamos hoy entrar en nuestro propio desierto para escuchar a Dios que nos llama?


Preparar el camino, una tarea personal y comunitaria

El mensaje de Juan es claro: "Preparen el camino del Señor". Esta preparación no es algo externo, sino un trabajo interior. Rellenar los valles implica superar nuestras inseguridades, esos vacíos de fe y esperanza. Rebajar montañas y colinas significa despojarnos del orgullo y la soberbia. Hacer rectos los senderos nos llama a enderezar aquello que en nuestra vida se ha torcido por el pecado. La conversión es un trabajo constante, pero no estamos solos: Dios camina con nosotros, allanando esos caminos para que lleguemos a Él.


La salvación es para todos

El texto termina con una promesa que llena de esperanza: "Todos los hombres verán la salvación de Dios". En un mundo dividido por clases, ideologías o creencias, este mensaje nos recuerda que la salvación no es exclusiva de unos pocos, sino universal. Cristo viene para todos, pero somos llamados a preparar ese encuentro, no solo en nosotros mismos, sino también en nuestra comunidad.


Este Evangelio es un llamado claro en este tiempo de Adviento. No basta con esperar pasivamente al Señor; debemos trabajar activamente en nuestra conversión y en abrir caminos para que otros también se encuentren con Él. Preguntémonos: ¿Qué valles debo rellenar? ¿Qué montañas debo rebajar? ¿Qué senderos debo enderezar? Que este Adviento sea un tiempo de esperanza activa, sabiendo que el Señor viene a nuestra vida, pero espera que le preparemos el camino. ¡Amén!

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