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Comentario al Evangelio del III Domingo de Cuaresma

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 22 mar
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción.


Queridos hermanos y hermanas, en el Tercer Domingo de Cuaresma, un tiempo especial en el que la Iglesia nos invita a renovar nuestra relación con Dios a través del ayuno, la oración y la limosna. La Cuaresma es un camino de conversión que nos prepara para la gran fiesta de la Pascua, pero este camino no es solo un rito o una costumbre, sino una oportunidad para mirar nuestro corazón y preguntarnos: ¿Cómo estamos viviendo nuestra fe? ¿Qué frutos estamos dando?

Las lecturas de hoy nos hablan precisamente de esto: del llamado urgente a la conversión, de la paciencia de Dios y de su deseo de que demos frutos. La Palabra del Señor nos sacude y nos invita a no quedarnos en la indiferencia, sino a responder con decisión a su amor.


El llamado urgente a la conversión

En el Evangelio del III Domingo de Cuaresma, Jesús responde a quienes le hablan de la tragedia de los galileos asesinados por Pilato y de aquellos que murieron cuando se derrumbó la torre de Siloé. La gente de su tiempo, como a veces nosotros hoy, tendía a pensar que estas desgracias eran un castigo divino por los pecados de esas personas. Pero Jesús rompe con esa lógica y nos advierte: "Si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante". Este pasaje nos enseña que en lugar de juzgar a los demás o preguntarnos por qué ocurren ciertas tragedias, debemos mirar dentro de nuestro propio corazón. No se trata de señalar con el dedo, sino de reconocer nuestra propia necesidad de conversión.


Dios no nos deja solos: la zarza que arde y no se consume

La primera lectura nos presenta el llamado de Moisés, quien ve una zarza que arde sin consumirse. En esta imagen podemos ver el amor ardiente de Dios que nunca se extingue, el fuego de su presencia que nos llama y nos transforma. Dios le revela su nombre a Moisés: "Yo soy". Es un Dios cercano, que ve el sufrimiento de su pueblo y actúa para liberarlo. Este pasaje nos recuerda que nuestra conversión no es un esfuerzo solitario. Dios está con nosotros, nos llama por nuestro nombre y nos acompaña en nuestro camino. La conversión es, ante todo, una respuesta a su amor.


No basta con haber recibido la gracia, hay que perseverar

San Pablo, en la segunda lectura, nos advierte que no debemos confiarnos solo por haber recibido las bendiciones de Dios. El pueblo de Israel experimentó grandes milagros—cruzó el Mar Rojo, recibió el maná del cielo—pero muchos de ellos cayeron porque no permanecieron fieles. Esto es un recordatorio para nosotros: no basta con haber sido bautizados, con haber recibido la Eucaristía o con haber experimentado la misericordia de Dios en nuestra vida. La conversión es un camino continuo, un esfuerzo diario por vivir según la voluntad del Señor.


La paciencia de Dios y nuestro llamado a dar fruto

Jesús nos habla de la higuera estéril. El dueño del campo, al no ver frutos, quiere cortarla, pero el viñador intercede por ella y pide más tiempo para cuidarla y abonarla. Aquí vemos dos realidades:


  • Dios es paciente y nos da oportunidades para cambiar. Nos cuida, nos alimenta con su Palabra y su gracia, esperando que demos frutos de amor, justicia y misericordia.

  • No podemos quedarnos indiferentes ni postergar nuestra conversión. Llega un momento en que, si no damos fruto, corremos el riesgo de quedar sin vida espiritual.


Esta parábola nos interpela: ¿estamos dando frutos en nuestra vida cristiana? ¿O simplemente ocupamos la tierra sin producir nada?


Hoy es el día para volver a Dios

Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos deja un mensaje claro: no debemos esperar para convertirnos. Dios nos llama hoy, nos ofrece su amor y su misericordia, pero también nos exige una respuesta concreta. Como Moisés, respondamos con un "Aquí estoy". Como el pueblo de Israel, aprendamos de los errores del pasado y no nos confiemos. Y como la higuera de la parábola, dejémonos trabajar por Dios para que nuestra vida dé frutos abundantes.


Que en este III Domingo de Cuaresma, el Señor nos conceda la gracia de aprovechar este tiempo santo para acercarnos más a Él y preparar nuestro corazón para la Pascua. Amén.

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