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Comentario al Evangelio del IV Domingo de Pascua

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 10 may
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 17 may

Por: Redacción.


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Seguimos caminando en este tiempo de Pascua, tiempo de gozo y esperanza, en el que celebramos que Jesús ha vencido a la muerte y vive para siempre. Hoy, el Evangelio nos presenta una de las imágenes más tiernas y profundas de nuestra fe: Jesús como el Buen Pastor. No es un pastor distante, sino uno cercano, que conoce, cuida y protege a sus ovejas.



En este IV Domingo de Pascua, la Palabra de Dios nos invita a reconocer la voz del Pastor que nos llama por nuestro nombre, a seguirlo con confianza, y a vivir seguros de que, en sus manos, nada ni nadie podrá arrebatarnos de su amor. Al meditar las lecturas de hoy, descubrimos cómo esta certeza transforma nuestras vidas, nos fortalece en la misión y nos da esperanza incluso en medio de la persecución o del dolor.


“Mis ovejas escuchan mi voz” – La fe comienza con la escucha

Queridos hermanos y hermanas,Hoy el Señor nos recuerda algo fundamental para nuestra vida cristiana: “Mis ovejas escuchan mi voz”. La vida del creyente no comienza con hacer muchas cosas, sino con la escucha. Es en la escucha atenta de la voz del Buen Pastor donde inicia el verdadero discipulado. No es una voz cualquiera: es la voz del que ama, del que da la vida, del que conoce el corazón de cada uno de nosotros.


Así como los judíos y prosélitos piadosos escuchaban con atención a Pablo y a Bernabé en la sinagoga (como lo leímos en los Hechos), nosotros también estamos llamados a abrir el oído del alma a la Palabra de Dios. Pero no basta con escuchar una vez: hay que permanecer fieles a la gracia de Dios, como Pablo exhortaba, porque el mundo, como entonces, también hoy quiere distraernos, acallarnos, dividirnos.


“Yo las conozco” – No somos un número, somos amados

Jesús dice: “Yo las conozco”. En medio de un mundo que muchas veces nos vuelve invisibles, donde uno puede sentirse un número más, Jesús nos conoce profundamente. No solo sabe nuestro nombre, sino también nuestros temores, nuestras luchas, nuestras heridas… y nos ama tal como somos.


En la segunda lectura del Apocalipsis, vemos una multitud inmensa de personas de todas las naciones, lenguas y culturas. No son anónimos para Dios. Todos ellos están delante del trono del Cordero, porque escucharon su voz, le siguieron, y pasaron la gran tribulación. ¿Y qué reciben? Consuelo, vida y alegría eterna. Dios enjuga cada lágrima.

Querido hermano, querida hermana: tú no eres olvidado por Dios. Él te conoce, te cuida, y si te dejas guiar por su voz, te conducirá a fuentes de agua viva.


“Nadie las arrebatará de mi mano” – La seguridad del amor de Dios

Hay una promesa bellísima y consoladora en este evangelio: “Nadie puede arrebatar a mis ovejas de mi mano”. Qué diferente es esta seguridad frente a las inseguridades que vivimos en el mundo. Jesús nos ofrece un amor firme, incondicional, eterno.


Aunque el mundo nos rechace, como le sucedió a Pablo y a Bernabé cuando fueron expulsados de Antioquía, Dios nunca nos abandona. El rechazo humano no cancela la fidelidad divina. Es más, cuando somos fieles en medio de la prueba, como aquellos discípulos perseguidos, nos llenamos de alegría y del Espíritu Santo (Hechos 13, 52).


“El Padre y yo somos uno” – La fuente de nuestra esperanza

Esta afirmación de Jesús es el centro de nuestra fe: “El Padre y yo somos uno”. No seguimos a un profeta cualquiera, sino al Hijo de Dios, al que es uno con el Padre. Y porque Él es uno con el Padre, su palabra tiene autoridad, su amor tiene poder, y su promesa es verdadera.


En Él se cumplen todas las promesas del Apocalipsis: que ya no habrá hambre ni sed, que seremos guiados como ovejas por el Pastor a fuentes de vida. Esa vida eterna no comienza después de la muerte; empieza ya, cuando vivimos en comunión con Él, cuando seguimos su voz y confiamos en sus manos.


Escuchar, seguir y confiar

Querida comunidad: Hoy, en este IV Domingo de Pascua, se nos invita a vivir como verdaderas ovejas del Buen Pastor:

  • Escuchando su voz cada día, en la oración y la Palabra.

  • Siguiéndolo con fidelidad, incluso si eso implica rechazo o dificultad.

  • Confiando en que Él nos sostiene, y nadie nos podrá arrebatar de su mano.


Pidamos la gracia de vivir con la certeza de que Jesús nos conoce, nos cuida y nos conduce, hasta llegar un día a ese lugar donde Él mismo enjugará toda lágrima de nuestros ojos.

Amén.

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