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Comentario al Evangelio del V Domingo de Pascua

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 17 may
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción.


Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos celebrando con alegría el tiempo pascual, este tiempo en el que la Iglesia nos invita a contemplar la vida nueva que brota de la Resurrección de Cristo. En este V Domingo de Pascua, el Señor nos revela lo más íntimo de su corazón: su deseo de que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado.


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En el Evangelio de este V Domingo de Pascua, escuchamos a Jesús hablar en la última cena, justo después de que Judas ha salido a entregarlo. Y lo que pronuncia no son reproches, sino una proclamación de gloria y un mandamiento nuevo. Es un momento sagrado, donde el amor se convierte en el centro de todo el mensaje cristiano.


La glorificación en el amor: un mandamiento nuevo para una humanidad nueva

En el Evangelio de San Juan (Jn 13, 31-35), Jesús nos revela que su pasión no es una derrota, sino una glorificación. En el momento en que Judas lo traiciona, Jesús dice: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre”. Es en la entrega de su vida donde se manifiesta la gloria de Dios: el amor que no se cansa, que no se rinde, que se da hasta el final.


Y en ese contexto pronuncia su “testamento espiritual”: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. Este “como” lo cambia todo. No se trata solo de un amor humano o natural, sino del amor divino que Él mismo nos ha mostrado: un amor paciente, servicial, fiel, perdonador, dispuesto a entregar la vida.


Este mandamiento no es solo una recomendación moral; es el fundamento de la vida cristiana. Es la forma concreta de ser discípulo. Y es, también, el signo por el cual el mundo nos reconocerá como seguidores de Jesús.


El amor que sostiene en la tribulación: la Iglesia que acompaña y edifica

La lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hch 14, 21b-27) nos muestra cómo este amor se hace vida en la Iglesia naciente. Pablo y Bernabé, después de haber sufrido rechazos y persecuciones, no se detienen. Vuelven a visitar a las comunidades, fortalecen su fe, los exhortan con realismo: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.


El amor no evita la cruz, pero sí le da sentido. La Iglesia primitiva entendió esto: formar comunidad, compartir la misión, acompañarse mutuamente. Pablo y Bernabé no solo predican, sino que se preocupan por dejar líderes, presbíteros, comunidades vivas.


Aquí vemos cómo el mandamiento del amor no es abstracto: se expresa en la cercanía pastoral, en la perseverancia, en la organización comunitaria. El amor se vuelve acción concreta, misionera y comprometida.


Un amor que hace nuevas todas las cosas: la esperanza que no defrauda

En el Apocalipsis (21, 1-5a), San Juan nos regala una visión desbordante de esperanza: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. En medio de las pruebas y dolores del mundo, la voz del cielo nos anuncia que Dios no abandona su creación, sino que viene a habitar con su pueblo.


Dios enjugará nuestras lágrimas. Ya no habrá muerte ni llanto ni dolor. “He aquí que hago nuevas todas las cosas”, dice el Señor desde su trono. Este es el destino al que nos conduce el amor vivido según el Evangelio: una comunión definitiva con Dios, en la plenitud del Reino.


Lo que sembramos ahora en fe, lo recogeremos en plenitud cuando llegue ese día. Cada acto de amor, por pequeño que parezca, es una piedra viva en la construcción de la nueva Jerusalén.


Ser discípulos reconocibles: la revolución del amor cristiano

Jesús no nos pide una señal externa para ser sus discípulos, sino algo que todos puedan ver: “por el amor que se tengan los unos a los otros, todos reconocerán que son mis discípulos”.


Hoy más que nunca, en un mundo fragmentado por el egoísmo, la violencia y la indiferencia, el testimonio del amor auténtico es profético. El cristiano está llamado a vivir de modo distinto: a perdonar donde hay rencor, a servir donde hay indiferencia, a dialogar donde hay división.


No basta con decir que creemos. Hay que mostrarlo con la vida. Y para eso necesitamos dejarnos amar por Cristo primero. Porque sólo quien se sabe amado puede amar de verdad.


Conclusión

Hermanos, en este V Domingo de Pascua, el Señor Resucitado nos recuerda que su victoria sobre la muerte no se celebra solo en los templos, sino en el modo en que nos amamos.


Que este mandamiento nuevo —no como imposición, sino como Don— transforme nuestras familias, comunidades y parroquias. Que, como Pablo y Bernabé, sepamos sostenernos en la fe. Y que vivamos con esperanza, sabiendo que el amor de Dios está haciendo nuevas todas las cosas.


¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Y nos ha amado primero para que amemos como Él! Amén.

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