Comentario al Evangelio del VI Domingo de Pascua
- Diócesis de Iztapalapa

- 24 may
- 3 Min. de lectura
Por: Redacción.
Queridos hermanos y hermanas, seguimos caminando en este tiempo pascual, este tiempo de alegría, de luz y de esperanza, porque Cristo ha resucitado. Pero la Pascua no es solo una celebración del pasado, es una renovación del presente.

En este VI Domingo de Pascua, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre algo profundamente consolador: Dios no quiere visitarnos de vez en cuando, quiere habitar en nosotros. No se conforma con estar cerca, quiere estar dentro de nuestro corazón.
En este Domingo, Jesús nos habla del amor que guarda su Palabra, de una paz que el mundo no puede dar, y del Espíritu que nos guía. Y las demás lecturas nos enseñan cómo la comunidad cristiana vive y discierne con ese mismo Espíritu.
Dios quiere habitar en ti
Jesús nos regala hoy una promesa profundamente hermosa: “El que me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada.” No se trata de una metáfora bonita, sino de una realidad espiritual poderosa. Dios no quiere simplemente visitarnos, ni estar en los templos solamente: Él quiere vivir en nosotros.
Y esa morada se construye con amor fiel, con obediencia a su Palabra. Cumplir su Palabra no es una imposición, sino una apertura a la presencia divina. Cuando permitimos que Dios more en nuestro interior, todo cambia. Ya no caminamos solos, su luz y su fuerza nos sostienen.
Una paz diferente
Jesús dice: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo.” ¿Qué significa esto? Que la paz de Cristo no depende de las circunstancias externas, sino de una certeza interior: que Dios está con nosotros.
Mientras el mundo busca una paz frágil y temporal, Jesús ofrece una paz firme y eterna, sostenida por su presencia y su promesa. Por eso dice: “No pierdan la paz ni se acobarden.” En medio de nuestros miedos, nuestras dudas, nuestros combates, Él nos recuerda: “Estoy contigo. Mi Espíritu te consuela y te guía.”
Discernir con el Espíritu: lecciones del primer Concilio
La primera lectura nos sitúa en uno de los momentos más importantes de la Iglesia naciente: el llamado "Primer Concilio de Jerusalén". Había confusión y debate. ¿Qué hacer con los paganos convertidos? ¿Deben cumplir toda la ley de Moisés?
La respuesta no nace del autoritarismo, sino del discernimiento comunitario. Los apóstoles, junto con toda la Iglesia, buscan la luz del Espíritu. Y la conclusión es clara: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…”
¡Qué hermosa fórmula! Nos recuerda que la Iglesia verdadera es la que discierne con el Espíritu, no la que impone sin escuchar. Y el resultado es una Iglesia que no impone cargas innecesarias, que abre caminos, que acoge con misericordia.
Una ciudad sin templo: todo es presencia de Dios
El libro del Apocalipsis nos ofrece hoy una visión impresionante: la nueva Jerusalén, la ciudad santa. No necesita templo, porque “el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son el templo.”
Aquí se completa la promesa del Evangelio: Dios ya no habita en un solo lugar sagrado, sino que llena todo con su presencia. Y esa ciudad no necesita sol ni luna, porque la gloria de Dios la ilumina. El Cordero, Jesucristo, es su lumbrera.
Esta visión es nuestro destino final, pero también nuestra inspiración presente. Porque cada vez que dejamos que Dios more en nosotros, ya comenzamos a construir esa ciudad celestial.
Caminar hacia la Jerusalén del cielo
Hermanos, este Domingo nos invita a revisar nuestro corazón: ¿estamos dejando que Dios haga su morada en nosotros? ¿Vivimos según su Palabra? ¿Nos dejamos conducir por su paz y por su Espíritu?
Jesús se va, pero no nos abandona. Él nos deja su Espíritu, su paz, su Palabra viva. La Iglesia que nació con los apóstoles sigue viva cuando cada uno de nosotros se convierte en templo, en morada de Dios.
Dejemos que su Espíritu nos forme, nos enseñe y nos recuerde todo lo que Jesús nos ha dicho. Así, en medio del mundo, seremos signos de la nueva Jerusalén: un pueblo donde Dios habita y brilla su luz.
Amén.





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