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Comentario al Evangelio del XII Domingo Ordinario

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 21 jun
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción.


Queridos hermanos y hermanas, este domingo retomamos con alegría el Tiempo Ordinario en nuestra vida litúrgica, después de haber celebrado los grandes misterios de la Pascua, Pentecostés, la Santísima Trinidad y el Cuerpo y Sangre de Cristo. El color verde vuelve a nuestras celebraciones como signo de esperanza y crecimiento, invitándonos a seguir caminando con Jesús en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo de cada día.

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En este XII Domingo del Tiempo Ordinario, el Evangelio nos presenta un momento muy especial en la vida de Jesús y sus discípulos: en un ambiente de oración y silencio, el Señor les plantea una pregunta que atraviesa los siglos y llega hasta nosotros hoy:


“¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?”

Esta pregunta no es teórica ni solo para los estudiosos… es una pregunta de amor, que nace del corazón de Cristo y que busca una respuesta también desde el corazón.Hoy, al escuchar la Palabra de Dios, dejémonos mirar por Jesús, el Mesías que sufre y salva, y renovemos nuestra decisión de seguirlo cada día, tomando la cruz y caminando con Él.


¿Quién dice la gente que soy yo?

Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy inicia con una pregunta crucial de Jesús: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Una pregunta que no solo se dirige a los discípulos de entonces, sino también a nosotros hoy. En un mundo donde la identidad se diluye entre likes, apariencias o ideologías, Cristo nos invita a mirar más allá de lo superficial. ¿Quién es Jesús para ti? No lo que otros dicen, no lo que internet opina… sino tú, desde lo profundo de tu corazón: ¿Quién es Él?


Pedro responde con claridad: “Tú eres el Mesías de Dios.” Esta confesión no viene del razonamiento humano, sino del corazón tocado por la oración. Recordemos que este diálogo ocurre después de un momento de silencio, de oración. La verdadera identidad de Jesús solo se revela en la intimidad con Él.


Un Mesías que sufre: el escándalo de la cruz

Pero inmediatamente después de esa afirmación gloriosa, Jesús les anuncia algo desconcertante: “Es necesario que el Hijo del Hombre sufra mucho.” El Mesías esperado no es un conquistador político ni un héroe triunfante a los ojos del mundo, sino el Siervo sufriente, el que será traspasado, como nos lo recordaba la primera lectura del profeta Zacarías: “Ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron.”


¡Qué fuerte imagen! Jesús, el Hijo amado, es rechazado, traspasado, entregado. Pero de esa herida brota vida: “En aquel día brotará una fuente… que los purificará de sus pecados e inmundicias.” La cruz, hermanos, no es signo de derrota, sino de amor radical. El dolor asumido con amor se vuelve redentor.


Tomar la cruz cada día: seguir a Jesús es perder para ganar

Y entonces Jesús nos plantea una propuesta exigente pero profundamente liberadora: “Si alguno quiere seguirme, que tome su cruz cada día y me siga.” Esta frase no es una amenaza ni un castigo. Es una invitación a vivir desde la entrega, a salir del egoísmo, a amar sin medida.


Hoy podríamos traducirla así: “Si quieres ser feliz de verdad, deja de vivir para ti mismo.” Porque como dice Jesús: “El que quiera conservar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará.” Qué paradoja tan hermosa: perder para ganar, morir para vivir, entregarse para ser libres.


Revestidos de Cristo: todos uno en Él

La segunda lectura, de la carta a los Gálatas, completa esta reflexión. San Pablo nos recuerda que “todos ustedes son uno en Cristo Jesús.” En el bautismo, hemos sido revestidos de Cristo. Ya no hay distinción, ya no hay barreras: ni raza, ni género, ni condición social. Todos somos hijos en el Hijo.


¡Qué revolución tan profunda! La fe no es una etiqueta religiosa, es una transformación de identidad: somos de Cristo, somos Cristo para los demás.


Nuestra sed más profunda

Por eso, el salmo de hoy es la oración perfecta: “Señor, mi alma tiene sed de ti.” Solo en Él se sacia el corazón. Lo demás —el éxito, el dinero, el poder— deja un vacío. Pero cuando seguimos a Jesús, incluso con la cruz al hombro, descubrimos un gozo que nada ni nadie nos puede quitar.


Una vida que vale la pena vivir

Queridos hermanos, este Evangelio nos llama a una decisión personal: ¿Quién es Jesús para ti? ¿Un personaje del pasado? ¿Un maestro sabio? ¿O el Hijo de Dios que dio su vida por ti y te invita a seguirlo?


Hoy Jesús te mira a los ojos y te dice: “¿Quién dices tú que soy yo?”Que nuestra respuesta no sea solo de palabras, sino de vida entregada. Tomemos nuestra cruz de cada día, sigámoslo, y descubramos que vale la pena perderlo todo… si es por amor a Él.

Amén.

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