Comentario al Evangelio del XIV Domingo Ordinario
- Diócesis de Iztapalapa

- 6 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 14 jul
Por: Redacción.
Llamados y enviados: una misión que no espera
El Evangelio de hoy inicia con una imagen que sigue resonando con fuerza: “La mies es mucha y los obreros pocos”. Jesús no se limita a describir la situación, lanza una petición: “Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su campo”. Y luego actúa: envía a los setenta y dos discípulos. No se trata solo de clérigos, sino de discípulos, personas comunes que han decidido seguir al Señor y ahora son enviados a preparar el camino.

Hoy, esa invitación sigue vigente. La Diócesis, nuestras parroquias, nuestras familias necesitan obreros del Reino: catequistas, evangelizadores, voluntarios, sacerdotes, religiosas, laicos comprometidos. ¿Qué haces tú con esta llamada?
El estilo del enviado: pobreza, paz y perseverancia
Jesús no solo envía; da instrucciones concretas. Van “como corderos en medio de lobos”, sin seguridades materiales. ¿Por qué? Porque la misión no depende del dinero, sino del testimonio, de la fe, del poder del Espíritu Santo.
El enviado lleva la paz, no la impone. Si no lo reciben, no se pelea, sacude el polvo y sigue adelante. ¿No es esta una gran lección para nuestra vida cristiana? No buscar imponer, sino proponer; no quedarse estancado en el rechazo, sino seguir sembrando con esperanza.
El Reino se construye con pequeños gestos
Jesús les dice: “Curen a los enfermos y digan: el Reino de Dios está cerca”. No les pide grandes discursos teológicos, sino gestos concretos de amor. Una visita, una oración, un acto de caridad. El Reino se hace presente donde hay misericordia y cercanía.
La primera lectura de Isaías nos recuerda que Dios consuela como una madre a sus hijos, nos alimenta con su ternura, nos hace florecer como un prado. El enviado es también canal de esa ternura divina.
La alegría verdadera no está en el éxito, sino en la comunión con Dios
Los discípulos regresan emocionados: “Hasta los demonios se nos someten”. Pero Jesús los centra: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
En un mundo donde se aplauden los resultados y los logros, el Evangelio nos recuerda que la verdadera alegría no está en lo que hacemos, sino en quiénes somos ante Dios: hijos amados, salvados por la cruz de Cristo.
San Pablo, en la carta a los Gálatas, lo dice claramente: “No me glorío en otra cosa que en la cruz de Cristo”. Lo importante no es el éxito exterior, sino ser nueva creatura, vivir desde el amor y la gracia.
Hoy también tú eres enviado
Queridos hermanos y hermanas: hoy, Jesús también nos envía. A ti, joven; a ti, padre o madre de familia; a ti, sacerdote o religiosa. No esperes a sentirte “preparado”, Jesús no busca perfección, busca disponibilidad.
Sal a sembrar paz, a curar corazones, a anunciar que el Reino está cerca. Que nuestras comunidades sean como esa Jerusalén de la que habla Isaías: lugar de consuelo, de alegría, de esperanza.
Alégrate, no por lo que haces, sino por lo que eres en Dios.Comprométete, no por obligación, sino por amor.Confía, no en tus fuerzas, sino en Aquel que te envía.Y vive con la certeza de que, si tu nombre está escrito en el cielo, no hay misión más grande ni alegría más plena.





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