Comentario al Evangelio del XIX Domingo Ordinario
- Diócesis de Iztapalapa

- 9 ago
- 3 Min. de lectura
Por: Redacción.
“No temas, rebañito mío: La certeza de la promesa del Reino”
Queridos hermanos, Jesús comienza esta enseñanza con una palabra llena de ternura y esperanza: “No temas, rebañito mío”. Nos recuerda que Dios, nuestro Padre, nos ha otorgado el Reino, un tesoro eterno que no perece ni se destruye (Lc 12, 32-33). Esta certeza es el cimiento de nuestra fe, como también nos dice la carta a los Hebreos, que la fe es “poseer ya lo que se espera y conocer lo que no se ve” (Heb 11,1). Nuestros antepasados en la fe, como Abraham y Sara, confiaron en esta promesa y vivieron como peregrinos hacia una patria celestial. Así también nosotros debemos vivir, con la mirada fija en esa herencia divina que no se desvanece.

“El corazón donde está el tesoro”
Jesús nos alerta con una verdad fundamental: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,34). Nos invita a no aferrarnos a las riquezas pasajeras, a vender nuestros bienes para compartir, para dar limosnas, porque la verdadera riqueza se acumula en el cielo. La lectura del libro de la Sabiduría nos recuerda que desde tiempos antiguos, el pueblo de Dios ha esperado con esperanza la salvación y ha confiado en la firmeza de las promesas divinas. Nuestra vida debe estar orientada hacia ese tesoro celestial, porque nuestra verdadera identidad y felicidad dependen de dónde ponemos nuestro corazón.
“Estar siempre vigilantes: La urgencia de la preparación”
Jesús utiliza la imagen de los criados que esperan despiertos el regreso de su señor (Lc 12,35-40). Nos llama a la vigilancia constante, a vivir con la túnica puesta y la lámpara encendida. No sabemos cuándo llegará el Señor, por eso debemos estar preparados, porque “a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del hombre”. Esta actitud vigilante es el llamado a una fe activa, a una vida coherente con la esperanza que profesamos. Así como en la Pascua, que los hijos de Dios celebraron en espera de la liberación, nosotros también estamos llamados a vivir en constante preparación para el encuentro definitivo con Dios.
“Fidelidad en la misión: Servir con responsabilidad”
El Evangelio presenta la parábola del administrador fiel y prudente (Lc 12,41-48). La responsabilidad que Dios nos confía es grande, y por eso “al que mucho se le da, mucho se le exigirá”. No basta con conocer la voluntad de Dios; debemos vivirla con fidelidad y prontitud. La fe de Abraham que lo llevó a salir sin saber adónde, la obediencia de Sara que creyó en lo imposible, nos enseñan que la verdadera fe es acción, compromiso y entrega. Dios nos llama a ser servidores responsables, que cumplen con alegría la misión que nos ha confiado.
“La fe que espera y confía en la promesa”
Finalmente, la carta a los Hebreos nos invita a contemplar la fe como un acto de confianza absoluta en Dios, incluso frente a la incertidumbre y la prueba. Los patriarcas y matriarcas que nos precedieron murieron sin recibir plenamente la promesa, pero la acogieron con alegría porque sabían que “tenían preparada una ciudad” (Heb 11,16). Esta misma fe es la que nos sostiene hoy, nos impulsa a seguir adelante, y nos hace dichosos cuando el Señor nos encuentra vigilantes y fieles.
El mensaje central de este domingo es un llamado a vivir con esperanza activa, a tener nuestro corazón donde está el verdadero tesoro: en el Reino de Dios. Es un llamado a la vigilancia, a la fidelidad y a la confianza firme en las promesas del Señor. Que la fe de Abraham y Sara nos inspire a ser un pueblo que, en medio de este mundo, vive como peregrinos con la mirada puesta en la herencia eterna que Dios nos ha preparado.





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