Comentario al Evangelio del XXI Domingo Ordinario
- Diócesis de Iztapalapa

- 23 ago
- 3 Min. de lectura
Por: Redacción.
Queridos hermanos, el Evangelio de este domingo nos presenta una pregunta que todos, en algún momento, nos hacemos: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Lc 13,23). Es una inquietud que toca lo más profundo del corazón humano, porque en el fondo todos deseamos llegar a la vida eterna. Jesús no responde con cifras, sino con una invitación clara: “Esfuércense en entrar por la puerta angosta”.

Hoy la Palabra de Dios nos recuerda que la salvación es un don ofrecido a todos, pero que requiere una respuesta personal, un compromiso concreto y un corazón dispuesto a dejarse transformar.
La gran pregunta del corazón humano
El Evangelio inicia con una cuestión que ha acompañado a los hombres de todos los tiempos: “¿Son pocos los que se salvan?” (Lc 13,23).
La pregunta refleja una inquietud legítima, pero Jesús no responde con números ni estadísticas; en cambio, dirige la atención hacia lo esencial: la salvación no es cuestión de cálculos, sino de conversión personal. Nos invita a entrar por la “puerta angosta”, esa que exige esfuerzo, fidelidad y autenticidad de vida.
La puerta angosta y el riesgo de la superficialidad
Jesús advierte que no basta con haberlo escuchado, ni con haber compartido momentos exteriores de fe: “Hemos comido y bebido contigo…” (Lc 13,26). La verdadera relación con el Señor no se mide por la cercanía externa, sino por la coherencia interior.
Aquí encontramos una llamada fuerte a no vivir una fe superficial, sino a dejarnos transformar por Cristo. La puerta angosta es el camino de la humildad, la renuncia al pecado y la fidelidad en lo pequeño de cada día.
Dios reúne a todas las naciones
La primera lectura de Isaías (Is 66, 18-21) abre nuestra mirada: Dios no quiere que se salven unos pocos, sino que “reunirá a las naciones de toda lengua” en su gloria.
El banquete del Reino está abierto a todos los pueblos, incluso a los más lejanos. Jesús retoma esta misma visión al anunciar que “vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur” para participar en la mesa del Reino (Lc 13,29). La salvación es universal, pero el acceso a ella exige decisión y fidelidad.
La disciplina de Dios como camino de salvación
La segunda lectura de la carta a los Hebreos (Hb 12, 5-13) nos ayuda a entender qué significa entrar por la puerta estrecha: es aceptar la corrección de Dios como hijos amados.
El Señor nos purifica con pruebas y dificultades, no para condenarnos, sino para hacernos crecer en santidad. El esfuerzo del que habla Jesús no es un peso insoportable, sino la respuesta confiada de quien se sabe amado y acompañado por un Padre que corrige para dar vida.
Los últimos serán los primeros
El Evangelio concluye con una paradoja: “Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos” (Lc 13,30). Esto nos recuerda que en el Reino de Dios no cuentan los privilegios humanos, ni los méritos aparentes, sino la sinceridad del corazón.
Aquellos que parecían insignificantes o alejados —los pobres, los marginados, los que con humildad perseveran— serán reconocidos como grandes en la mesa del Señor.
Una llamada a la decisión hoy
Queridos hermanos, el Evangelio de este domingo nos invita a una fe viva y comprometida. No basta con haber oído hablar de Jesús o con tener costumbres religiosas. La puerta angosta se cruza cada día con la fidelidad en lo ordinario: amar al prójimo, perseverar en la oración, acoger la corrección de Dios, vivir en justicia y misericordia.
La puerta angosta no es un obstáculo que Dios nos pone, sino el camino de amor y fidelidad que Cristo mismo recorrió primero por nosotros. Él nos invita a no conformarnos con una fe superficial, sino a vivirla con autenticidad. Isaías nos recuerda que Dios quiere reunir a todas las naciones en su gloria; Hebreos nos enseña que la corrección del Señor es muestra de su amor; y el Evangelio nos asegura que en el Reino muchos que parecen últimos serán los primeros.
Que esta Eucaristía nos dé la gracia de caminar con decisión por esa puerta estrecha, con la certeza de que Jesús es la verdadera Puerta que conduce a la vida eterna.





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