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Comentario al Evangelio del XXIII Domingo Ordinario

  • Foto del escritor: Diócesis de Iztapalapa
    Diócesis de Iztapalapa
  • 6 sept
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción.


Hermanos, hoy la Palabra de Dios nos confronta con la radicalidad del seguimiento de Cristo. Jesús no quiere multitudes que lo sigan solo por entusiasmo o costumbre, sino discípulos auténticos, dispuestos a ponerlo en el centro de su vida.

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Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre lo que significa elegir a Jesús como nuestro Señor, abrazar la cruz y vivir en libertad como hijos y hermanos en la fe.


El desafío de seguir a Cristo

El Evangelio de hoy (Lc 14, 25-33) nos muestra un Jesús exigente. No se queda en palabras bonitas para atraer a la multitud, sino que habla con claridad: “El que no me prefiere a todo, incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”. Seguir a Cristo no es un pasatiempo, ni una devoción superficial.


Es una elección radical que toca nuestras relaciones, nuestras seguridades y nuestra manera de vivir. Jesús nos pide el corazón entero, sin reservas.


La cruz como camino de fidelidad

Jesús no oculta que el discipulado implica cargar la cruz. No se trata de buscar sufrimientos por gusto, sino de asumir con fidelidad las exigencias de amar como Él nos amó.


La cruz representa renunciar al egoísmo, a la comodidad y al orgullo para hacer espacio al amor verdadero. Ser discípulo es poner a Cristo en el centro, incluso cuando la vida se vuelve difícil.


Calcular el costo: una fe madura

Las parábolas de la torre y del rey nos invitan a calcular el costo de ser discípulos. Jesús no quiere seguidores a medias, sino creyentes conscientes de que su fe implica compromiso.


El discipulado requiere perseverancia: empezar bien, pero sobre todo terminar bien. Como en una construcción, se necesitan cimientos firmes; como en la batalla, se requiere estrategia y decisión.


La sabiduría que viene de lo alto

La primera lectura del libro de la Sabiduría (Sab 9, 13-19) nos recuerda que por nosotros mismos no podemos comprender los designios de Dios.


Necesitamos que el Espíritu Santo ilumine nuestro camino para discernir lo que agrada al Señor. Así comprendemos que seguir a Cristo no se logra con nuestras solas fuerzas, sino con la ayuda de la sabiduría divina que orienta nuestras decisiones.


De esclavos a hermanos

San Pablo, en su carta a Filemón, nos muestra cómo la fe transforma las relaciones humanas. Onésimo ya no es esclavo, sino hermano en Cristo.


El discipulado verdadero rompe las cadenas de la división y la injusticia, y nos hace ver al otro con dignidad. Amar como Jesús significa reconocer en cada persona un hermano, incluso en aquellos que antes considerábamos inferiores o lejanos.


Renunciar para ganar la verdadera libertad

El Evangelio concluye diciendo: “El que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Jesús no nos pide abandonar el mundo, sino no estar atados a él. Cuando soltamos nuestras seguridades humanas, abrimos las manos para recibir la verdadera riqueza: la libertad de los hijos de Dios.


Vivir la radicalidad del Evangelio

Hoy la Palabra nos invita a pasar de una fe cómoda a una fe comprometida. Ser discípulo no es fácil, pero tampoco estamos solos. Con la sabiduría del Espíritu, con la cruz como camino y con la certeza de que en Cristo somos hermanos, podemos vivir un seguimiento radical que transforme nuestra vida y el mundo.


Queridos hermanos, Jesús hoy nos pregunta si estamos dispuestos a seguirlo con decisión y entrega total. No basta empezar: hay que llegar hasta el final con la cruz, sostenidos por la sabiduría del Espíritu y con un corazón libre que sabe amar. Que nuestra vida sea como esa torre bien construida, fuerte en la fe y firme en el amor. Que el Señor nos conceda la gracia de preferirlo sobre todo y de vivir como verdaderos discípulos suyos, libres y hermanos en Cristo.

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